Exótica
y ajena a nuestra identidad tradicional, la cumbia llegó en los años 50, se
chilenizó y hoy es la gran protagonista de nuestras fiestas.
por
Verónica Waissbluth* - 19/09/2013
En
septiembre de 2011, la alcaldía de Ñuñoa prohibió tocar ritmos "no
chilenos de raíz folclórica" en las ramadas municipales. Fue un desastre
para los fonderos y una afrenta para el público. "Han llegado a lanzarnos
botellazos", indicaban los locatarios. "Es que la cumbia es una
tradición en Chile", fue su reflexión.
Probablemente,
según González, lo adoptamos por carecer de una expresión musical urbana que
nos aglutinara y que construyera memoria. "Como el tango argentino, ese
tipo de manifestación surge en los enclaves marginales de la ciudad. Pero
nuestra identidad musical se construyó en torno al mundo rural, y nuestros
obreros no estaban en las ciudades, sino en la pampa nortina", indica.
La
cumbia entonces llenó esa carencia, convirtiéndose en la música
"emblemática de nuestras celebraciones públicas y privadas", así como
en “la banda sonora de gran parte de nuestra cotidianidad”, explica la
musicóloga Eileen Karmy, del colectivo Tiesos pero Cumbiancheros. El ritmo se
asentó así como protagonista de nuestras fiestas, quitándoles piso
-literalmente- a la cueca, la tonada y el bolero.
Hasta
mediados del siglo XX, pocos sabían de la cumbia fuera de la costa atlántica
colombiana. Durante los 40 y los 50, el resto del continente se movía al ritmo
del mambo y el chachachá, interpretados por grandes artistas internacionales
(la Orquesta de Dámaso Pérez Prado, la Sonora Matancera de Cuba o la mexicana
Yolanda "Tongolele" Montes).
Sin
embargo, ninguno de dichos conjuntos tocaba cumbia, pues ésta no había sido
difundida ni siquiera en su país de origen. Sólo se bailaba en remotas
comunidades rurales afrocolombianas e indígenas, aunque, más que un solo ritmo,
la palabra denominaba una serie de danzas diferentes -la puya, el porro y el
bullarengue, entre otras-, practicadas en la fiesta ritual conocida como
"cumbiamba".
Pero
en la década de los 50, las orquestas elegantes de Colombia la incorporaron
definitivamente a sus espectáculos. Con arreglos al estilo de las big bands
estadounidenses, la cumbia fue poniéndose de moda entre las clases altas. El
fenómeno fue validado por los círculos intelectuales, que intentaban reivindicar
una cultura propia. "García Márquez, por ejemplo, escribió un artículo
sobre el tema; por eso después compusieron para él Macondo y varias otras
cumbias", agrega González.
Tras
la Revolución en 1959 cesaron las giras de las orquestas cubanas, dejando así
un vacío que los conjuntos colombianos aprovecharon para iniciar sus
presentaciones en el exterior. Y poco después llegaron las grabaciones,
producidas en las recién instaladas disqueras de Medellín. El estilo gustó en
Chile, porque los jóvenes de la época "querían bailar algo diferente a lo
de sus padres", explica Juan Pablo González.
Además,
se afincaron aquí la cantante colombiana Amparito Jiménez, intérprete de la
Pollera colorá, y el alegre bongosero venezolano Luisín Landáez. Al mismo
tiempo, la cumbia incorporaba la batería y la guitarra eléctrica rocanroleras,
originando canciones tan incombustibles como el contagioso Tiburón a la vista,
del mexicano Mike Laure y sus Cometas.
Fue
introducido aquí por la Sonora Palacios, que si bien le restó las complejidades
rítmicas caribeñas, le sumó por otro lado las trompetas, el piano, el bajo
eléctrico, la tumbadora los timbales y el platillo característicos de las
sonoras cubanas. Interpretarlo en ese formato fue totalmente inédito:
"Nadie antes había tocado cumbia con los instrumentos de la sonora",
anota González.
A
mediados de los 60 y con gran intuición, el percusionista José Arturo Giolito
adoptó el ritmo, del cual se convirtió luego en todo un referente junto a su
"combo". También lo cultivaron Pachuco y la Cubanacán; el ex
integrante del conjunto Los Peniques Patricio Zúñiga, más conocido como Tommy
Rey, y en los 70, Los Vikings 5 de Coquimbo.
Durante
décadas, sin embargo, la cumbia estuvo ausente en los medios de comunicación
-limitada a la celebración dieciochera o al abrazo de Año Nuevo-. "Sólo a
fines de los 70 empezó a escucharse en la televisión; en el Festival de la Una,
por ejemplo", recuerda Waldo Parra, profesor del Instituto Profesional
Escuela Moderna.
Pero,
aun ignorada por los medios, la cumbia ha reinado por décadas en los salones de
fiesta. Mientras trabajaba como músico en el Casino de Viña durante los 80, Joe
Vasconcellos recuerda que el público la exigía al terminar la noche:
"Todos con la corbata en la cabeza, y métale cumbia".
Según
Tiesos pero Cumbiancheros, el baile "ha sido un aspecto central y
determinante" para su arraigo en Chile. Y, tal como sucedió con su música,
su coreografía se simplificó, liberándose de pasos preestablecidos. Por eso
todos pudieron practicarla.
Se
habla actualmente de una "nueva cumbia chilena" surgida a inicios de
los años 2000. Juan Pablo González indica que, en rigor, no se trata de un
movimiento uniforme, y que el concepto fue acuñado más bien por la prensa. Aun
así, muchos de los conjuntos de cumbia fundados durante la última década tienen
características comunes: persiguen un carácter urbano e irreverente, e
incorporan elementos del rock, del ska y del hip hop, entre otros. Los
representantes más conocidos son Chico Trujillo, Juana Fe, Banda Conmoción y
Villa Cariño. La incorporación de textos políticos en las letras es otro
atributo de dichas agrupaciones. Pero, más que en sectores populares, las
cumbias de tema contingente son favoritas entre los universitarios.
"Todos
reinventan su mundo y cada uno es distinto del otro: el nuestro es un país de
músicos sin pasado aparente, y eso es también patrimonial", dice Juan
Pablo González.b
*Extracto
del artículo publicado por la revista PAT Nº 56 de la Dibam.
Noticia extraída de http://www.latercera.com/noticia/cultura/2013/09/1453-543260-9-cumbia-a-la-chilena.shtml
Noticia extraída de http://www.latercera.com/noticia/cultura/2013/09/1453-543260-9-cumbia-a-la-chilena.shtml
No hay comentarios:
Publicar un comentario